Desgraciadamente solo en épocas de sequía nos damos cuenta de que el agua es tan importante como el aire para la viabilidad del proyecto humano.
Tantas veces no deseada en aras a nuestra adoración al sol, la lluvia aparece como un dios menor, como una necesidad para nuestros campos y para no morirnos de sed, pero al fin y al cabo un incordio. Cuántas veces hemos dicho frases como "desgraciadamente llueve”. Hasta el hombre del tiempo nos dice que se avecina borrasca, que viene mal tiempo (quiere decir que lloverá). Cuando planificamos un viaje siempre preguntamos ¿y llueve mucho? ¿debemos llevar impermeables?
Hemos convertido a la lluvia en un inconveniente. En algo incorrecto, indecoroso, inadecuado. Hasta, diría, en algo políticamente incorrecto. Más que un dios menor a la lluvia se la considera como un antidios, como un demonio.
Sin embargo la lluvia es simplemente lo contrapuesto a la no lluvia. Como el día lo es de la noche y no por ello la noche es maldita. Como la mañana de la tarde, como el amanecer del atardecer, como la salida del sol y su puesta y sin embargo no satanizamos lo opuesto. Forma parte de nosotros, de nuestro universo. Para cada paso hacia arriba habrá uno que descenderá, para cada nuevo día habrá una nueva noche. Los días no existirían sin las noches, como las luces no existirían sin las sombras. Los polos opuestos se necesitan, se obligan, se atraen, se aman. La no lluvia no existiría sin la lluvia.
Nuestra cultura, como la de los egipcios, adora al dios sol. Decimos que nos da la vida, el calor, que sin él no existiríamos. Ese sol también nos da la noche, el día. Pero también nos quema, nos seca, nos reseca, nos pudre. La lluvia nos es tan imprescindible como ese sol.
La lluvia es riqueza, es armonía. Es fuente de vida. Los verdes prados, los arroyos, la vegetación tropical, las flores, las plantas son símbolos de belleza, de riqueza, de bienestar, los campos de trigo, las plantaciones de café, los ríos. La sequía, al contrario, simboliza el fin, la destrucción. Como a veces el fuego.
Debemos iniciarnos en la cultura del agua, de la lluvia. La naturaleza nos da lo mejor de sí misma cuando es capaz de alternar el calor del sol con la lluvia en proporciones idóneas. Esa agua bendita que riega nuestros campos, que llena nuestros pantanos, que embellece nuestro entorno, ese bien preciado, y cada vez más, es un don de los dioses que debemos disfrutar.
Nunca olvidaré estando en una selva tropical, solo, en una casa de madera viendo desde el balcón durante tres horas como una densísima lluvia amamantaba la tierra. Llovía a mares y la tierra iba absorbiendo toda el agua, sin dejar apenas rastro, como una esponja. A su lado la vegetación se alegraba de ese preciado bien, hasta la palmeras parecían agradecer esa dicha. Las plantas y la tierra casi hablaban de la alegría que experimentaban con esa rica lluvia. Fue una experiencia fantástica. La naturaleza en su apogeo dándose completamente, ofreciéndonos sus tesoros. El sonido reflejaba que estamos vivos, que la tierra respiraba y que se abría para recibir ese don divino. Durante esas tres horas floté, nadé en un mundo de abundancia, de felicidad, de agua. Sin ahogarme.
Apreciemos esa lluvia como lo que es y digámosle al hombre del tiempo que cambie su inapropiada jerga por una más correcta. La lluvia es también buen tiempo ¡!!
Viva el dios de la LLUVIA !!!
Tantas veces no deseada en aras a nuestra adoración al sol, la lluvia aparece como un dios menor, como una necesidad para nuestros campos y para no morirnos de sed, pero al fin y al cabo un incordio. Cuántas veces hemos dicho frases como "desgraciadamente llueve”. Hasta el hombre del tiempo nos dice que se avecina borrasca, que viene mal tiempo (quiere decir que lloverá). Cuando planificamos un viaje siempre preguntamos ¿y llueve mucho? ¿debemos llevar impermeables?
Hemos convertido a la lluvia en un inconveniente. En algo incorrecto, indecoroso, inadecuado. Hasta, diría, en algo políticamente incorrecto. Más que un dios menor a la lluvia se la considera como un antidios, como un demonio.
Sin embargo la lluvia es simplemente lo contrapuesto a la no lluvia. Como el día lo es de la noche y no por ello la noche es maldita. Como la mañana de la tarde, como el amanecer del atardecer, como la salida del sol y su puesta y sin embargo no satanizamos lo opuesto. Forma parte de nosotros, de nuestro universo. Para cada paso hacia arriba habrá uno que descenderá, para cada nuevo día habrá una nueva noche. Los días no existirían sin las noches, como las luces no existirían sin las sombras. Los polos opuestos se necesitan, se obligan, se atraen, se aman. La no lluvia no existiría sin la lluvia.
Nuestra cultura, como la de los egipcios, adora al dios sol. Decimos que nos da la vida, el calor, que sin él no existiríamos. Ese sol también nos da la noche, el día. Pero también nos quema, nos seca, nos reseca, nos pudre. La lluvia nos es tan imprescindible como ese sol.
La lluvia es riqueza, es armonía. Es fuente de vida. Los verdes prados, los arroyos, la vegetación tropical, las flores, las plantas son símbolos de belleza, de riqueza, de bienestar, los campos de trigo, las plantaciones de café, los ríos. La sequía, al contrario, simboliza el fin, la destrucción. Como a veces el fuego.
Debemos iniciarnos en la cultura del agua, de la lluvia. La naturaleza nos da lo mejor de sí misma cuando es capaz de alternar el calor del sol con la lluvia en proporciones idóneas. Esa agua bendita que riega nuestros campos, que llena nuestros pantanos, que embellece nuestro entorno, ese bien preciado, y cada vez más, es un don de los dioses que debemos disfrutar.
Nunca olvidaré estando en una selva tropical, solo, en una casa de madera viendo desde el balcón durante tres horas como una densísima lluvia amamantaba la tierra. Llovía a mares y la tierra iba absorbiendo toda el agua, sin dejar apenas rastro, como una esponja. A su lado la vegetación se alegraba de ese preciado bien, hasta la palmeras parecían agradecer esa dicha. Las plantas y la tierra casi hablaban de la alegría que experimentaban con esa rica lluvia. Fue una experiencia fantástica. La naturaleza en su apogeo dándose completamente, ofreciéndonos sus tesoros. El sonido reflejaba que estamos vivos, que la tierra respiraba y que se abría para recibir ese don divino. Durante esas tres horas floté, nadé en un mundo de abundancia, de felicidad, de agua. Sin ahogarme.
Apreciemos esa lluvia como lo que es y digámosle al hombre del tiempo que cambie su inapropiada jerga por una más correcta. La lluvia es también buen tiempo ¡!!
Viva el dios de la LLUVIA !!!