miércoles, 27 de mayo de 2009

Egobardesdiotas

Hay personas, mujeres las más de las veces, a nuestro lado, muy cerca seguramente, que son agredidas por sus parejas, no necesariamente de una forma física, habitualmente de forma muy sutil, pero que va erosionando la autoestima, sembrando un espíritu de culpabilidad e inculcando el miedo en sus genes que, poco a poco y sin percatarse, las va consumiendo y absorbiendo hasta dejarlas en la nada. Este artículo está dedicado a todas aquellas almas que sufren, que tienen miedo y que malviven con su pareja.


En nuestra sociedad moderna y tan avanzada (sic) prolifera cada vez más una especie, un subgénero más animal que humano, que poco a poco nos va invadiendo, sin darnos cuenta, lenta pero progresivamente. Como una plaga. Hablamos de aquellas personas, generalmente de raza masculina, que transfieren sus complejos a sus compañeras de viaje amargándolas la existencia, haciéndolas vivir con miedo y en un régimen de dependencia emocional que podríamos calificar como de enfermiza. Dicen que las quieren, pero no es así en absoluto, es todo lo contrario. Son los egobardesdiotas. Se trata de un tipo de seres humanos que se caracterizan esencialmente por ser egoístas, cobardes e idiotas. Veamos.


Son entes egoístas por que viven encerrados en sí mismos, porque todo su mundo, su universo son sólo ellos mismos, porque utilizan a los demás para alimentarse. Son como antropófagos de vidas. Abusan de los que les quieren, utilizando ese cariño, ese amor, ese respeto para aumentar su ego. Utilizan el afecto como un arma para atrapar, para absorber, para asfixiar, para dominar, para esclavizar. Eso sí, todo bien vestido con trajes del color de “te quieros”, de “solo me importas tú”, de “tu eres mi vida”, de “no se que sería sin ti”. Cualquier intento de aproximación hacia ellos lo consideran como una invasión, un ataque, un meterse en su vida personal, interna, propia. Son perfectos, seres libres que no adquieren compromisos, que solo esperan, que cuando dan algo, siempre diminuto y ridículo, claro, lo sobrevaloran de tal manera que parece que hayan puesto un huevo o descubierto una galaxia nueva. Y viven de las rentas de esas minucias mucho tiempo. No se sacrifican por nada. Su libertad personal, dicen, está por encima de todo. Sin embargo, ellos sí pueden invadir otras libertades, ellos sí tienen sus derechos, ellos sí tienen sus visados y salvoconductos, creen, para llegar a lo más profundo de las almas y los corazones ajenos. Exigen y no ofrecen nada. Viven ofuscados, obcecados y obsesionados sin saberlo en sí mismos. Siempre juzgan, exigen, anulan, asfixian, invaden a los que tienen cerca, a los que les quieren.


Son cobardes porque para ellos es más fácil no enfrentarse, no luchar, no superarse, no perseverar. Están en su trono de falsedades y nunca bajan. Se mantienen en esa distancia de seguridad, distantes, con un miedo interior que no reconocen y que tapan como pueden. Rebotan hacia afuera a sus miedos, complejos, temores, desconfianzas, sospechas, neuras y asedian, acorralan, bloquean a los que tiene al lado, les ahogan para que no respiren, para que sean dependientes. Su pavor a sí mismos les obliga a invadir, a mortificar, a importunar a sus parejas, a sus familias. Son cobardes porque son incapaces de dar un paso hacia adelante, de superarse. No pueden construir nada, su espíritu, su corazón, su alma son negativos, destructivos, son exterminadores. Solo saben caer, el subir, el mejorar, el ser positivos, el sacrificio no va con ellos. Todos los que les rodean malviven tensos, nerviosos, infelices, con ansiedad, con pastillas. Sus depresiones son “es mi manera de ser”, sus manías “es que soy así”, sus egoísmos “no me quieras cambiar, eh!”, sus enfados “es que me has provocado”. Siempre tienen razón. Tienen la maldita capacidad de escoger sus víctimas muy cuidadosamente, vendiendo humo, adjudicando buen rollo, para después aplicar su macabro plan de esclavitud al dios sol, al dios “yo”. No buscan amor, ni compañía, sólo quieren no estar solos y poseer a alguien a quien someter. Al ser incapaces de compartir, de dar, de entregarse, de respetar actúan como maltratadores del alma creando un entorno en el que los que le quieren llegan a pensar que el fallo son ellos, que no lo hacen bien, y, así, siguen, y siguen, y siguen,.. Abusan de sus seres queridos instaurando un régimen de terror alrededor suyo en el que todo depende de su estado de ánimo, el cual es aleatorio, por lo que sus parejas siempre llevan su miedo en el cuerpo, “a ver como viene hoy”, “a ver como reacciona si le digo tal cosa”, “a ver como le planteo tal tema”, “a ver como le abordo para tratar de hablar de eso”. Convierten a sus parejas en cautivas y llegan a pensar que están locas cuando es todo lo contrario, pero que si no se reacciona esas mujeres acabarán desequilibradas de verdad. Parece, mujeres, que tengáis que ser perdonadas cuando es a la inversa. En fin, un sin vivir. Cara a terceros son actores que transmiten comprensión.


Y finalmente son estúpidos porque malgastan la vida de los que les quieren, pero también la suya. Viven una existencia derrochada, triste, negativa, pesimista. En el fondo le tienen tanto miedo a la vida, tanto, tanto, que huyen sin saberlo, que se instalan en su bunker pensando que es un jardín, se dejan llevar porque no tienen sangre, las personas a las que creen que quieren en realidad las envidian, son celosos de la felicidad ajena y no se enteran. Son idiotas pero hacen mucho daño.
Sus vidas podrían suprimirse y el resto sería un poco más feliz.


Algunos, además, utilizan la violencia física. Personalmente como hombre tengo vergüenza de género.


A todas las personas que compartís vuestros caminos con estos seres egobardesdiotas, no os engañéis, no entréis en ese agujero negro que lo absorbe todo, todo, todo. Abandonad la bazofia en el cubo de la basura y seguid nuestro camino mirando hacia adelante, con la frente alta, sin remordimientos. Hacedlo. Sed generosas con vosotras mismas, sed valientes y sed inteligentes. Vuestras vidas valen mucho para aceptar lo inaceptable. Es posible salir de esa fuerza de la gravedad que os quiere atraer con una intensidad excesiva.


Hay luz, creedme, en el camino. Mucha. Preciosa. Y Pura.


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